El final del año para la Comunidad Hispana esta lleno de luces, color y sabor latinoamericano. Las primeras luces empiezan a iluminar el escenario de la Comunidad latina a principios del mes de diciembre cuando se descorre el telón para celebrar las fiestas de Nuestra Señora de Guadalupe. El latinoamericano, y en especial, el mexicano, puede algunas veces ser frío y aun religiosamente indiferente, puede que no frecuente las misas dominicales, pero “la fiesta de la Guadalupana”, eso sí que es otra cosa. El 12 de diciembre, aun aquellos que durante el año estaban un poco alejados, son fervientes y entusiastas participantes. Hasta los restaurantes mexicanos del vecindario añaden sabor a la fiesta ofreciendo platillos típicos y los grupos folklóricos hacen gala de sus mejores bailes en honor a la “Virgencita del Tepeyac”.
La representación de la aparición de la Virgen al Indiecito Juan Diego es uno de los momentos estelares de la fiesta. Los personajes de aquel inolvidable momento de la Historia Latinoamericana, con el incrédulo Señor Obispo, reviven en la escena. A pesar de que cada año se utiliza el mismo guión, la sencillez y carisma de la historia, siempre hacen humedecer los ojos de los espectadores. Esto prueba que aquella aparición que tuvieron lugar en aquel lejano 12 de diciembre de 1531 en la colina del Tepeyac, en la Ciudad de México, fue un verdadero regalo de Dios para las Américas.
Las “celebraciones guadalupanas” preparan gozosamente el camino para las Fiestas de Navidad que comienzan pocos días más tarde. Estas celebraciones empiezan nueve días antes del Nacimiento del Salvador con las “posadas”, cuando cada noche en diversas casas de la comunidad se revive la llegada de María y José a Belén pidiendo “posada”. La “liturgia” de la Posada es siempre la misma. Un grupo de gente con María y José, a la puerta de la casa piden refugio con una canción tradicional, y otro grupo desde dentro los rechaza “porque pueden ser unos “rufianes!”. El diálogo continúa al ritmo de guitarra y canción hasta que por fin se abren las puertas y todos entran cantando “entren, peregrinos, entren”. Ya en el interior de la casa, todos continúan cantando las tradicionales canciones navideñas y se tiene el momento social en el que los anfitriones de la casa ofrecen una cena y bebidas a todos “los peregrinos”. ¡Y vaya cena, que les quita ciertamente la sed y el cansancio del camino!
La Posada es una excelente manera de preparar la Navidad porque crea la atmósfera de devoción, solidaridad y alegría cristiana.
Llegada por fin la Noche de Navidad, la última posada se hace a la puerta de la Iglesia y todos entran a celebrar la “Misa de Noche Buena”. En ese momento hay un solo sentimiento en los corazones de la Comunidad: “Bienvenido Jesús, bienvenido a nuestro mundo, a nuestra comunidad, a nuestro hogar, a nuestra problemática,... temas que se retoman en la Homilía. Terminada la Misa, sigue la adoración al Niño acompañada por los danzantes y seguida por todos los fieles que en larga procesión se acercan a venerar al Niño Jesús con un beso.
La celebración, sin embargo, no termina aquí, sino que continúa en las casas en donde familiares y amigos se reúnen “para mecer y arrullar al Niño Jesús”. Todos los presentes por turnos arrullan al pequeño Niño cuya estatua es colocada en una manta, mientras todos cantan “duerme, niñito, duerme”, hasta que por fin… el “niño se duerme”. En ese momento se le coloca en un cestito adornado con chocolates que pasa por todos los asistentes. Cada uno le da un beso al Niño Jesús y toma a cambio un chocolate. Luego, el Papá y Mamá de la casa colocan al Niño en el pesebre y en este momento, todos “sin hacer ruido para que no se despierte” pasan a saborear la Cena de Noche Buena con los regalos.
Hermosas costumbres estas de la piedad popular que ayudan a vivir de una manera muy sencilla uno de los más profundos misterios del amor de Dios por el hombre: la encarnación del Hijo de Dios, que fue enviado a salvar el mundo, y que nació en el seno de una doncella de Nazareth, la Virgen María.
Con un abrazo muy cordial
Javier San Martín S.J.
jsanmartin@shc.edu
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