Friday, October 19, 2007

Brother Ricardo Greeley, SJ from Albemarle, NC. (En español)


Sin fronteras en la misión de la Compañía (primera parte)

Picture is of Fr. John Starczewski, pastor of St. James, Hamlet, NC and Brother Ricardo Greeley, SJ at Comité Hispano retreat conducted by Bro. Ricardo, Oct 14, 2007

Nací en Guadalajara, México (1966). Desde mis tres años de edad viví entre San Diego, California y Guadalajara: cada cuatro años toda mi familia y yo regresábamos y luego volvíamos. De esta manera fui “migrante” por muchos años, gracias a lo cual pude conocer las diversas realidades y culturas que separan los dos países.

Durante los Ochenta conocí a mexicanos, guatemaltecos y salvadoreños muy pobres, que atravesaban Tijuana para llegar a Los Ángeles u otros destinos en California. Historias de hambre para los mexicanos, y de guerra para los centroamericanos eran tan comunes a todos ellos. Por muchos años fui testigo de sus sufrimientos cuando escapan de la “migra”, de los asaltantes o hasta de los abusos de los “polleros”.

En 1986 emprendí mi viaje hacia el Sur de la Frontera para luchar por superar las causas de la migración, intentado evitar que esa gente pobre tuviera que dejar a su familia, sus tierras y de que aquí cayeran en otro tipo de esclavitudes, o de perderse en el materialismo, las drogas, en el fundamentalismo de las sectas, etc., en este “país de la libertad”.

Primero llegué a la Tarahumara, territorio indio en el norte de México, en donde trabajé en la construcción de una clínica rural. Allí conocí a más jesuitas, gracias a quienes me entusiasmé por la vida religiosa, como forma de entregarme en el servicio a los más pobres de los mexicanos, los indígenas. A los dos años fui admitido al Noviciado con miras al sacerdocio. Allí resolví mejor ser Hermano, no Sacerdote, sintiendo que con esa vocación religiosa podría ser más feliz, y más útil para la misión de la Compañía.

Durante mis estudios de filosofía (1990-1994), con otro estudiante y un sacerdote jesuitas comenzamos una experiencia apostólica en Soyatlán del Oro, en una zona muy marginada a unos 150 kilómetros al occidente de Guadalajara. La población mayoritaria era “cuyuteca” (de familia nahua, quienes sufrieron que su lengua se extinguiera desde medidos del siglo XIX). Cada fin de semana acompañamos a esta gente en actividades pastorales.

Aunque me despedí de Soyatlán después de 4 años, muchos más escolares jesuitas continuaron participando en esta parroquia por otros 6 años más, que sirvió para el desarrollo social de la gente, pero también constituyó parte esencial de nuestra formación jesuítica.

El 1º de enero de 1994, entrado en vigor del Tratado de Libre Comercio de Norte América (TLCAN), también aparecieron los zapatistas (indígenas que se alzaron en armas en el Sureste Mexicano). Las cosas no se veían fáciles para que realmente avanzara el país hacia mayor democracia y desarrollo. Lo único seguro era que éstos dos implicarían mucha lucha y dolor para los más pobres, con resultados o beneficios inciertos en el corto y mediano plazos.

Les decía a la gente que en algunos años ellos dejarían de sembrar su propio maíz. Incrédulos, contestaban que ni acudiendo a Guadalajara para trabajar (en temporadas) de peones les convenía tanto como vivir de su maicito. Anticipé que era cuestión de varios años, en donde al comenzar las importaciones de granos de los países del Norte, ellos ya no podrían vender bien sus productos. Les decía que incluso acabarían por irse al Otro Lado para contratarse ya no sólo de peones, mozos, lavacarros, lavaplatos y hasta para levantar las cosechas de los “gringos”. Aunque triste por no poder continuar en Soyatlán, en julio de 1994 me despedí para acudir a mi nueva misión, precisamente entre más indígenas, en el estado de Veracruz.

Desde agosto de 1994 fungí como promotor educativo dentro del Proyecto Istmo de Fomento Cultural y Educativo, A.C. Mi trabajo no se circunscribía sólo al desarrollo social con los popolucas de la zona alta de la sierra, sino también con los nahuas de las comunidades de la parte baja de la sierra, donde atendían otros compañeros del Equipo.

Durante los primeros años de mi presencia en Veracruz constaté que las políticas de desarrollo oficiales respondían más a los intereses de las corporaciones extranjeras que a los de México. Los efectos del TLCAN se dejaron sentir muy rápido: el conjunto de la economía del sur del país se desplomó: importantes cultivos de Veracruz (café, azúcar, naranja, piña, ganadería, etc.) comenzaron a sufrir tremendamente. Sólo despuntaron algunos emporios de huevo y de pollo, así como la harinera de maíz Maseca (sin generar suficientes empleos). Desde entonces, nuestros presidentes han seguido dócil y fielmente las condiciones que les han impuesto los organismos financieros internacionales del Norte. A tal punto están las cosas, que las privatizaciones (de salud, educación, biodiversidad -incluyendo germoplasmas, el agua y el aire-, así como de la propiedad intelectual) de México están a la orden del día.

En este contexto, entre 1994 y 1995 la migración en Veracruz se convirtió en una opción para los jóvenes, mujeres y hombres. Comenzaron a salir semanalmente autobuses llenos, directo desde poblaciones del Sur de Veracruz hasta las ciudades en frontera con Texas.

En mi trabajo con los indígenas, comencé a virar en lo que era mi trabajo, incidiendo cada vez más en los procesos del desarrollo rural. Cada vez con mayor claridad me ocupé en favorecer las estrategias de la economía campesina, particularmente desde la agroecología. En Veracruz mi trabajo fue intenso, pero con “poco frutos”, pues veía que los jóvenes seguían emigrando.

A principios de 1998 me incorporé a la Misión Jesuita con Mayas de los Altos de Chiapas profundizando en el desarrollo rural. Créanme, en medio de mayores retos de marginación y pobreza que la realidad chiapaneca nos presentaba —todo agravado por la guerra de baja intensidad que implementaban los gobiernos estatal y federal contra los indígenas—, paradójicamente, estos años fueron los más felices de mi vida. Acá sí con mayores frutos y efectos multiplicadores. Sin embargo, dolorosamente, también desde finales de los Noventa la migración comenzó a hacerse presente dramáticamente en Chiapas.

Entre los veranos de 2001 y 2003 acudí a la capital del país para concluir mis estudios de teología. Este tiempo lo aproveché también para convivir con migrantes indígenas en el área metropolitana. En vacaciones acudí a pueblos de Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Hidalgo para apoyar sus estrategias de sobrevivencia y de organización social. Aprendí de su organización social, de sus técnicas agropecuarias y de sus heroicas luchas por salvar la vida del planeta, contra la depredación del sistema “moderno”.

Volví a Chiapas en el verano de 2003, ampliando mi convivencia con indígenas ahora incluso con zoques y choles. Profundicé en los proyectos de autosuficiencia y soberanía alimentaria. Aplicamos metodologías participativas y desarrollamos cuantas tecnologías apropiadas sirvieran para que los campesinos satisficieran sus necesidades inmediatas, al mismo tiempo ir mejorando los paradigmas del desarrollo sustentable, desde la agroecología.

Con todo y lo fecundo de los proyectos que estábamos desarrollando, fui constatando que los jóvenes continuaban migrando, ahora incluso hacia dentro de los Estados Unidos.

Poco a poco fui comprendiendo la gravedad de los retos —y valorando también las oportunidades— que la migración nos presenta al conjunto de la sociedad, ya no sólo mexicana, sino a nivel de Norte América. Comencé a considerar que mi aporte a la misión de la Compañía puede ser más fructífero si sirvo ya no desde los territorios indígenas, sino desde los Estados Unidos, en donde grandes cantidades de migrantes están, y que lo más factible es que no regresen a sus tierras para morir sin prosperar.

Muchas circunstancias se acomodaron en un espacio de aproximadamente de dos años, en que se presentaron las oportunidades de trabajar pastoralmente para la Diócesis de Charlotte, NC, una de las zonas de mayor y rápido crecimiento de hispanos en los Estados Unidos. Llegué aquí en Mayo de este año. Aunque ahorita sólo les digo que me encuentro muy contento de estar aquí, ofrezco terminar de platicar a qué se debió que acepté hacer este cambio tan drástico desde la zonas marginadas del Sur de México en donde era muy feliz, hasta esta zona “del país más poderoso del mundo”. En mi siguiente aporte les narraré sobre la realidad con que me he encontrado en este lugar y algo de las perspectivas hacia el futuro.

Correo eletrónico: RGreeley@CharlotteDiocese.org


Hno. Ricardo Greeley, SJ

1 comment:

Anonymous said...

Greeley,

Excelente maestro. A ver si gente va a leer tus comentarios y entender mejor coma esta la cosa de imigracion en los estados menos conocidos por mexicanos.
espero que los jesuas en tu provincia también aben de este BLOG y entran.